
Este cortijo recibe este nombre porque ardió hace unos años, pero a pesar de eso, sigue conservando la estética de entonces. Y es que ha cambiado muy poco a lo largo del tiempo, tiene unos doscientos. Sigue conservando la gran chimenea en el salón (en la entrada), con un antiquísmo horno de leña para cocer pan y tortas, el suelo –que se sigue utilizando-, las escaleras, las ventanas con una reja de barrotes de madera –que ha servido de soporte para colgar los marranos en las matanzas-, las cuadras y los anchos muros –los mejores aislantes del frío y del calor-.
El pueblo de Castril está a varios kilómetros, separado por un camino rural que sólo pueden atravesar todoterrenos. Pero esta familia no necesita bajar al pueblo para nada, porque crían gallinas y conejos, también tienen unas quinientas cabras y un huerto con toda clase de hortalizas. Hacen sus matanzas y disponen de carne, salchichones y chorizos todo el año. Encarna Pérez, la madre, hace pan y tortas en el horno de leña.

Encarna ha vivido toda la vida en el cortijo, desde que era una niña, ahora tiene 52 años y sus cinco hijos se han criado en este hogar. Cuando eran pequeños tenían que andar dos horas al día para poder ir al colegio. Y no faltaban ningún día, lloviera o nevera, una vez tuvieron que bajar en tractor al pueblo porque la nieve tenía un metro de espesor.
Rafael Fernández, el padre, asegura que sería incapaz de vivir en un piso en la capital, que no puede dormir por el estrepitoso ruido y que le faltaría el aire. Incluso a Encarni, una de las hijas, le costó adaptarse a su estancia Granada capital cuando se fue para estudiar Pedagogía. “Al principio lo pasé fatal, lloré y todo, echaba mucho de menos a mi familia y el contacto con la naturaleza”, comenta la joven Encarni.
Pero sin duda es Luis quien más apego tiene por esta forma de vida, se dedica al pastoreo, aunque reconoce que es un trabajo muy sacrificado, porque las cabras no distinguen entre sábados, domingos o días de fiestas, se moriría sin estar cerca de sus animales. Duerme en un refugio en plena sierra y así es feliz. Y es que desde pequeño, por las tardes, después del colegio, ayudaba a su padre en estas tareas y tenía un instinto especial para sus cuidados.
