miércoles, 20 de enero de 2010

Siempre pagan justos por pecadores

Sábado. La calle totalmente oscura. La chica estaba de fiesta con su familia. Y de noche, sobre las once o doce, decidió ir a su casa, que estaba en la misma calle, muy cerca donde estaban de celebración. De pronto, un joven le asaltó escondido en las sombras de la oscuridad, dispuesto a abusar de ella en plena calle y a unos pasos de su casa. Como ella se resisitó la goleó fuertemente. En el forcejeo ella le arañó en la cara para intentar escapar. Él no dudó en bajarse el pantalón para terminar su agresión. En ese momento, ella vio que se acercaba un coche y como pudo se abalanzó sobre el vehículo.

Durante el forcejeo, ella lo vio y se dio cuenta que era rumano, de unos 20 años, que había ido a su pueblo como otros muchos compatriotas a trabajar en la campaña de la aceituna. El marido y el padre cuando la vieron con la cara llena de moratones y sangre y les contó lo que estuvo a punto de pasarle, salieron encolerizados en busca del agresor. Fueron una por una de las casas donde estaban residiendo momentáneamente los emigrantes rumanos. Con la rabia a flor de piel, ciegos por la ira -y con razón- intentaron dar con el paradero del joven sin escrúpulos, ya que la chica lo marcó con sus uñas. No lograron dar con él, nadie sabe a dónde a ido, porque en su huida dejó su pasaporte y su pertenencias. Muchos de sus compatriotas pagaron por el delito de este joven y fueron ellos los que recibieron los golpes de rabia de los familiares de la chica.

La víctima denunció su agresión y también al Ayuntamiento por no poner ningún tipo de alumbrado en esa calle del pueblo.


Hace unos años pasó un suceso parecido en Huétor Tájar (Granada). Una vecina de unos treinta y tantos años, casada y con hijos, fue a dar un paseo. Estaba anocheciendo; pero todavía los rayos del sol iluminaban bastante el horizonte. En ese momento no pasaba nadie. De repente sintió como alguien la agarraba por detrás y le tapaba la boca. Entre el sobresalto y el nerviosismo sólo pudo percibir la mano del que la apretaba fuertemente y la empujaba hasta un maizal. Tenía la piel morena. Ella intento soltarse y cruzó rápidamente la carretera, hacia el otro lado del paseo que no había árboles y estaba más al descubierto. No miró ni siquiera para atrás y no pudo verle la cara. Ella cree que por el tono de su piel sería ecuatoriano o boliviano, de hecho hay muchos emigrantes de estos dos países que viven en el pueblo y trabajan en el campo.

Ella tardó en recuperarse del gran susto y estuvo meses sin salir de su casa, con el miedo todavía en el cuerpo.

No justifico la reacción colérica de los familiares porque no todos son iguales, y salvo algunas excepciones, no todos los emigrantes que vienen de fuera son unos canallas, la mayoría son personas honradas que vienen a ganarse la vida porque en sus países la situación es insostenible y cuando el hambre aprieta... -Mira lo que está pasando en Haití-. Pero estas situaciones sólo provocan odio de los vecinos hacia todos, rechazo y xenofobia.